Siempre mirando a través de la ventana. Mirando cosas
inconcretas, pero mirando. Mirada hacia la izquierda, mirada hacia la derecha,
arriba, abajo, pestañeos ocasionales y necesarios. De vez en cuando se
preguntaba qué era eso que se movía en el aire con movimientos constantes e
hipnóticos o cómo se llamaban aquellos objetos de múltiples tonalidades que se
meneaban lentamente. Luego consultaba todos esos libros y folios inconexos que
había estado almacenando durantes años y descubría que lo uno se llamaban pájaros
y lo otro árboles. A veces le daba por usar una manilla que tenía su ventana;
una manilla que movía hacia un lado y le permitía sentir un leve cosquilleo
(estremecedor o agradable dependiendo de la situación) que más tarde confirmaría
se llamaba viento, aunque algunos apuntes lo mentaban como aire. No era poco lo
que sabía acerca de lo que ocurría en torno a su ventana, poseía una
documentación extensa que le permitía otorgar nombre y descripción a cualquier
elemento común u ocasional que por su campo de visión apareciera y, por lo
tanto a cualquier elemento que existiera. Nunca se desprendía de su ventana, “¿para
qué?”, toda la realidad que le era necesaria estaba ahí, tras ese cristal que
en ocasiones ofrecía un enfoque distorsionado y borroso, pero que con un trapo
humedecido recobraba todo su sentido. Desde su ventana veía otras ventanas, de
ahí que se interesara por el nombre del objeto que tanto usaba, “ventana”. Consideraba
que su ventana era la más entretenida y deseada de todas, ya que tras los otros
cristales nunca había personas mirando a la izquierda, la derecha, arriba,
abajo, con pestañeos ocasionales y necesarios. Nadie preguntándose qué era eso
que se movía en el aire con movimientos constantes e hipnóticos o cómo se
llamaban aquellos objetos de múltiples tonalidades que se meneaban lentamente. “La
gente no sabe nada del mundo” decía
mientras giraba la manilla de su ventana
hacia el otro lado y esperaba a un nuevo día tras sus cristales.
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