No destacaba especialmente por su vena
filosófica-creativa, aunque le gustaría. De hecho envidiaba profundamente a la
gente que iba con una frase por la vida, con un eslogan definitorio de cuánto
en la existencia le había ocurrido. Ella envidiaba a esa gente que era capaz de
definir su vida en un oración, pum y se ha acabado. ¿Cómo era posible? Vale que
su vida no había sido la más agitada del mundo, pero se creía merecedora de al
menos unas palabras bien situadas.
“La sonrisa mueve montañas” había
escuchado una vez de la boca de una mujer con la que había trabajado en una
tienda de tés del centro. Al principio le convenció; cierto es que la sonrisa
implica cierto grado de felicidad y que cuándo estás feliz eres capaz de hacer
más cosas. ¿Pero y la tristeza? ¿Acaso no mueve montañas también? Recordaba
cómo su amigo, tras el fallecimiento de su abuelo con el que había vivido toda
la vida, se había envalentonado e ido a vivir a Singapur para formar una
empresa de conservas. Y ahí sigue, vendiendo anchoas en escabeche a los asiáticos,
mientras ella escucha a clientes cansados de su línea telefónica.
No, definitivamente esa frase no
era para ella.
“El cielo es el límite” le había
visto tatuado a un chico en la pantorrilla mientras esperaban juntos en un
banco de la estación del metro. No es que ella fuera una intrépida de la vida,
pero tampoco era de esas personas que le gustaba quedarse en su zona de
confort. Quizás ahí estaba su frase. No obstante… ¿realmente el cielo es el
límite? De ser así, no entendía muy bien a qué venía tanto estudio de los
planetas desde su más tierna infancia (Mercurio, Venus, Tierra…).En el cielo no
se acaban las cosas, hay posibilidades más allá de las nubes. O quizás es que
el chico de la pantorrilla se conforma con llegar al cielo y ya está.
No, esa frase no era para ella.
“Que tus
sueños sean más grandes que tus miedos” había visto escrito con tippex en una
pared, seguramente fruto de las manos de algún adolescente. Ella no era de
tener muchos sueños…ni miedos realmente. Los unos porque se veía incapaz de tal
nivel de abstracción y los otros porque no les encontraba sentido alguno. Lo
cual a veces le generaba hasta cierto sentimiento de círculo vicioso. No
hablemos entonces de las dimensiones que pueden alcanzar ambos elementos, si es
que es posible medirlos, cosa que dudaba.
No, aquella
tampoco era para ella.
Hasta los sobres de azúcar le
recordaban que todo objetivo era conseguir un eslogan vital que llevar por
bandera. Incluso carpetas y libretas de las librerías le contaban cosas sobre
la felicidad y el buen hacer en forma de palabras. Había empezado hasta a ver
cierto contenido intrínseco en el “Cierre antes de salir” o en el “Propaganda
aquí” que enmarcaban la entrada del edificio dónde vivía. Hasta su edificio tenía
eslogan.
Y así se pasó la vida, buscando
una frase, una oración, unas palabras que decir a todas las personas de su
alrededor de manera orgullosa y firme; olvidándose de disfrutar de los momentos
de felicidad, de tristeza, de amistad, de familia, de estrés, de calma, de
estudio, de trabajo, de vacaciones, de prisas, de meditación, de valentía, de
fracaso, de miedo, de ganas…de vida.
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